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martes, 23 de noviembre de 2010

UNA MADRE, MUCHAS VIDAS

¿Sabéis lo que es una vaca en arriendo?

    El pasado año en uno de nuestros viajes a Etiopía, viajamos la región de gurague, al suroeste de addis abeba. Me llamó la atención que era una de las regiones con menos recursos de toda la parte sur del país.
   Según vas descendiendo y acercandote al valle del omo aumenta primero la ganadería y más al sur la agricultura, que es variadísima y muy abundante.

   Pero en la región de gurague las familias tenían dos o a lo sumo tres animales por familia, la agricultura a excepción del ensete del cual se alimentan produciendo un pan con sabor a nuez y textura de yeso es inexistente. Y el trabajo, es un sueño imposible de realizar allí.

 Ese sueño es lo que mueve a los jóvenes varones  de la región a abandonar a sus familias y aventurarse a la capital a malvivir y a mendigar durante algunos años el dinero suficiente (120 Birrs= 8€) para comprar el equipo necesario y poder trabajar de limpiabotas y ganar 6-8 Birrs/día. Y a sus jóvenes hijas a aventurarse sirviendo en algún hogar por la mísera de 40 Birrs(3-4€) mensuales con derecho a comida y cama ,y a expensas de todo lo que se le antoje a su dueño.


   Visitamos una de esas familias donde algunos de sus jóvenes estaban soñando en addis.
    En una choza vivían alrededor de 25 personas y una vieja vaca con cataratas que dormía junto a ellos porque era su bien más preciado.      Entre ellos estaban los padres, hijos, nietos, bisnietos, tías, primos, niños huérfanos que habían sido adoptados por la familia.....



Su alimentación diaria era pan del ensete, algún huevo revuelto con la grasa de la leche y una especie de queso fermentado con sabor ágrio.


Como nos pilló desprevenidos, lo único que teníamos para ofrecer a tantísimos niños eran unos pocos paquetitos de galletas, tres o cuatro panes y unos limones que habíamos comprado por el camino. Así que se lo dimos a la mujer más anciana que había en la casa, la cual, en lugar de guardarlo o repartirlo entre sus hijos, comenzó a llamar a todos los niños de las chozas vecinas y partió cada una de las galletas hasta que cada niño tuvo su trocito.

Después nos hicieron un estupendísimo café y nos ofrecieron toda su comida y parte del pan que les habiamos regalado.
   Un gesto tan grande de elegancia y hospitalidad nos hizo sentirnos muy egoistas.

   Nos despedimos de ellos con la promesa interna de poder algún día pagarles la gran lección de humildad y amor que nos habían dado.

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